La primera Navidad en México: una tradición nacida hace casi 500 años
Con el tiempo, las tradiciones prehispánicas y las celebraciones cristianas se fusionaron, dando lugar a una Navidad única
Ciudad de México, 23 de diciembre del 2024.- La Navidad, como se celebra hoy en México, es una mezcla de tradiciones católicas y costumbres locales que varían según cada región del país. Sin embargo, el origen de esta festividad en territorio mexicano se remonta a diciembre de 1528, apenas siete años después de la Conquista.
Este primer festejo navideño ocurrió en un contexto muy diferente al actual, en medio de la evangelización y el proceso de fusión cultural que daría origen a la Nueva España.
Una carta al rey Felipe II
El registro más antiguo de esta celebración lo proporciona Fray Pedro de Gante, un misionero franciscano que llegó a la Nueva España en 1523. Décadas después, en 1558, Fray Pedro narró en una carta al rey Felipe II cómo organizó la primera Navidad en el continente americano.
“[…] y como yo vi esto y que todos sus cantares eran dedicados a sus dioses, compuse metros muy solemnes sobre la Ley de Dios y de la fe, y cómo Dios se hizo hombre por salvar al linaje humano, y cómo nació de la Virgen María, quedando ella pura y sin mácula”, escribió el misionero al describir cómo transformó las tradiciones indígenas en celebraciones cristianas.
Según su relato, Fray Pedro convocó a habitantes de regiones cercanas a México-Tenochtitlan para celebrar el nacimiento de Cristo. “Ansí vinieron tantos que no cabían en el patio, que es de gran cantidad […] unos venían de siete y ocho leguas, en hamacas enfermos, y otros de seis y diez por agua”, narra, refiriéndose a los esfuerzos realizados por las comunidades indígenas para participar en la festividad.
Una cruz monumental y la conversión forzada
En esa primera Navidad, Fray Pedro destacó la instalación de una cruz de doscientos pies en el patio del convento, símbolo de la nueva fe que los misioneros buscaban inculcar en los indígenas. En la carta, el fraile admite que algunos asistieron voluntariamente, mientras que otros lo hicieron bajo presión.
“Vinieron a los principios por bien, y algunas veces por mal, a la obediencia de la Santa Iglesia y de V. M. [vuestra majestad]”, escribió, refiriéndose al proceso de conversión que mezclaba persuasión y coacción.
El Panquetzaliztli: la raíz prehispánica
La Navidad de 1528 no ocurrió en un vacío cultural. Los mexicas ya celebraban en diciembre el Panquetzaliztli, una festividad dedicada al nacimiento de Huitzilopochtli, su dios solar. Este ritual, coincidente con el solsticio de invierno, incluía sacrificios humanos, procesiones y representaciones simbólicas de la lucha del sol contra la oscuridad.
Sergio Sánchez Vásquez, historiador de la UAEH, explica que el Panquetzaliztli era una fiesta de renovación y triunfo, donde los sacrificios en el Templo Mayor buscaban alimentar al sol para garantizar el equilibrio cósmico. Otro ritual consistía en enviar a un representante de Huitzilopochtli, conocido como el Painal, a recorrer la región llevando la bendición de la deidad.
Sincretismo: el nacimiento de una tradición
Con el tiempo, las tradiciones prehispánicas y las celebraciones cristianas se fusionaron, dando lugar a una Navidad única. Para Gabriel Kenrick Kruell, experto en cultura mexica, “la fiesta de Panquetzaliztli, cercana al solsticio de invierno, celebraba no sólo el nacimiento de Huitzilopochtli-Sol ascendente sino también la victoria sobre las fuerzas de la oscuridad”.
Esa mezcla cultural que comenzó en 1528 sigue siendo evidente hoy en día en las posadas, piñatas y comidas típicas que adornan las celebraciones navideñas en México. Lo que comenzó como un intento de evangelización se transformó en una tradición profundamente arraigada, adaptada con el paso de los siglos a las costumbres y creencias del pueblo mexicano.
Un legado vivo
Casi 500 años después, la Navidad en México mantiene su esencia de unión y celebración, aunque con sabores, colores y significados que Fray Pedro de Gante nunca habría imaginado. En su carta al rey Felipe II, el franciscano soñaba con una festividad que honrara a Cristo y uniera a las comunidades en la fe. Lo logró, pero de una manera que refleja no sólo la influencia del catolicismo, sino también la fuerza cultural de las tradiciones indígenas que se negaron a desaparecer.