Ciudad de México, 11 de septiembre de 2023.- El pozole, con sus ricos sabores y texturas, es más que un simple platillo; es una cápsula del tiempo que nos cuenta historias del pasado prehispánico y la fusión de culturas en México.

Originado en la época precolombina, el pozole ha evolucionado con el tiempo, abrazando influencias de diversas regiones y culturas.

Un viaje a través de las variantes regionales

En la época precolombina, el platillo se preparaba con carne de tepezcuintle, un roedor grande que se encuentra desde el sur de México hasta el norte de Argentina. En nuestro país, vive en regiones como Veracruz, Tabasco, Oaxaca, Chiapas y la Península de Yucatán.

Con la llegada de los españoles, la carne de cerdo se introdujo en la receta, creando la base para muchas variantes que disfrutamos hoy.

El pozole blanco, predominante en la zona centro de México, es preparado con maíz cacahuazintle y carne de cerdo. Esta versión es tradicionalmente acompañada con lechuga, rábanos, cebolla picada, chile piquín molido y limón.

Pero la diversidad del pozole no se detiene allí. Jalisco nos regala su versión roja del platillo, mientras que en Guerrero los jueves son sinónimos de pozole, ya sea blanco o verde de pipián. En este estado, una particularidad es la adición de un huevo crudo que se cuece con el calor del pozole recién servido.

En Aguascalientes, el pozole se prepara con elote fresco o chile poblano, dando lugar al “pozolín”. En Sinaloa, encontramos el “pozolillo” con chile ancho, y en Nayarit se disfruta de un delicioso pozole de camarón.

La diversidad del pozole se extiende por todo México, desde el norte con variantes en Chihuahua, Sinaloa, Sonora y Nuevo León, hasta el sur de Puebla y Guerrero, cada uno con su sello característico. Estas versiones van desde el elopozole con puerco y pollo, hasta el pozole seco de Colima, sin caldillo.